Imágenes de cuando el calor tenía su propio olor.
Las casas se alimentaban de
olores que han ido matando el gasoil, el butano, la vitrocerámica o el
microondas. Las casas ya no huelen.
Las estancias tenían sus aromas. No hacía falta mirar para
ellas para saber que sobre la vieja chapa de la cocina económica se
estaba haciendo a fuego lento un sabroso cocido o iban cogiendo su alma
minuto a minuto las patatas o las lentejas. Si la abuela preparaba
frisuelos ya lo anunciaba un olor especial de la pasta amarilla que
delataba a unos huevos caseros en el corazón de la mezcla. Y siempre el
olor a la leche que hervía hasta llegar a arramarse entre los gritos
repetidos cada noche de “otra vez se me fue la leche”.
Pero si había un aroma especial, un aroma otoñal que se
prolongaba durante meses era el de las manzanas en el horno, cociendo
poco a poco, llevando su olor a todos los rincones, despertando los
jugos de quienes esperaban la cena... Coger en aquellas bandejas de
latón una cucharada del néctar que habían soltado las manzanas era el
placer imposible de refrenar por más que la abuela amenazara con golpear
a quien metiera la cuchara.
Mira la cara del hombre. Está oliendo la gloria y será imposible que no la coma.
La foto huele a calor y después calentará las zapatillas en el horno.

Fulgencio
Fernández
La Crónica de León.